Bartulia, pueblo marinero a las
orillas del Mar Dorado, observa con suspicacia las aguas, especialmente las de
su puerto y las del vecino río Onk. Cierto es
que la historia de Bartulia se remonta miles de años atrás, cuando los primeros
habitantes siguiendo el curso del río se establecieron en la costa, y también
es cierto que desde los primeros asentamientos viven de lo que mar les da, sin
embargo, pocos pueblos marineros sienten tanto miedo y admiración hacia sus
aguas vecinas.
En los muelles de Bartulia todo
son barcos de grandes dimensiones, y cada uno de ellos sin excepción, porta
como mascarón de proa la talla en madera de un dragón de fauces dentudas,
sonriente a su manera, y siempre amenazador. Cuando un foráneo pregunta porqué
no hay botes en el puerto, le responden “en
Bartulia los construimos así” y cuando el foráneo repite la pregunta a
un trabajador del astillero, éste calla, pero con la mirada señala a una
réplica de Borboloi, el dragón de proa. Normalmente, recelosos del dragón, ante más preguntas
lo arrojan al agua y de allí, sepa o no nadar, nunca vuelve: las
aguas del Mar Dorado, a menudo tranquilas, se alborotan y se vuelven densas,
tan densas que el preguntón grita y pide ayuda porque no puede nadar, tan
densas que se solidifican y se vuelven dragón. Dragón traslúcido y acuoso, pero
tan sólido y tan dragón como le corresponde a uno de los cinco dragones
primigenios, Creadores y Amos del Todo: Borboloi I, Primer Dragón de Agua,
Padre de Dragones.
“¿Te atreverías tú, extranjero, a
echar tu bote al agua y pescar en sus aguas?”
En Bartulia pescan más allá del
Mar Dorado. Ante sus mascarones se rinden bancos de peces y manadas de
ballenas, y por ello todo pueblo costero los envidia en silencio porque saben
que una mala mirada al mascarón de Borboloi o a la bandera de Bartulia atraerá
al dragón hasta el agua más próxima, y con él les llegará una muerte acuosa y
traslúcida, pero terrible.
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