lunes, 7 de abril de 2008

En negro

Bailoteaba la llama de la antorcha en la más absoluta oscuridad, y la luz que regalaba no alcanzaba más que para ver dos o tres escalones y algún fugaz retazo de la cara de su portadora, que con paso cauteloso pero decidido bajaba la escalera, acompañada de otra figura que, pese a la oscuridad, se adivinaba masculina.

-¿Estamos cerca?

-Eso parece.

Sus corazones bombeaban sangre con fuerza, como siguiendo la danza hipnótica de la llama; como si tuviesen vida propia y quisieran manejar el cuerpo que los hacía prisioneros. Cuerpos, que continuaban el descenso, cada vez más impaciente. Cuerpos de los que sólo se distinguía el cabello largo de ella al caer sobre su espalda y el rostro confuso de él.

-Nunca había estado aquí.

-Ni yo.

Cuando no quedaron más escalones por los que descender, se apagó la llama, poco a poco, cediendo su protagonismo a un negro calidoscopio en el que cobraron movimiento, como bailarinas en cajas de música, las formas que hasta el momento sólo anidaban en la imaginación de los que allí se hallaban.

La antorcha cayó y golpeó varias el suelo antes de encontrar reposo. A escasos metros de ella, se deshacían en jadeos quienes hasta hace poco la sostenían, y que ahora, se ocupaban de lamer y mordisquear, meter y sacar…de follar sudorosos y ajenos a todo lo que la cegadora y consciente luz del día les arrebataría.

-No quiero despertar.

-Yo tampoco quiero.

Y al sonar el despertador, puta máquina a pilas, cada uno despertó, a solas con su mente en neblina, y a miles de camas de distancia.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

... y los sueños, sueños son.

CryingMonster dijo...

Me llega a pasar a mí eso, y ni un millón de camas serían capaces de librarla de que mi ardiente y hiperpropulsado escupitajo genital le diese en toda la frente.

Metalsaurio dijo...

...y le dirías que gritase que le encanta :)