Llegó a Montmartre a principios
del XIX, cuando la bohemia del barrio francés emitía sus primeros balbuceos, y
el opio, aunque de tapadillo, era fácil de conseguir. Cada noche, fumaba, bebía
y se bañaba desnudo en el Sena. Al borde del colapso, Pierre volvía a su
pequeño estudio y en cama, mojado, soñaba que, como el Adán de la Capilla Sixtina, tocaba con sus
dedos los dedos de Dios.
Pierre, que sólo una vez, y de
pasada, había visto La Creación de Adán, la pintaba y la vendía todas las mañanas -más
mística pero más real a cada amanecer – y con los pocos francos que conseguía y
con los que, desde el pueblo, le enviaba su familia, malcomía y maldormía en la
colina bohemia. Cuando tenía ocasión, se paraba a hablar con los artistas
vecinos –con Arlette, la misteriosa poetisa de Nantes; con Baptiste, el
bigotudo pintor de Calais; con Carolanne, la alegre cantante de Reims, etc. - …y
aunque con sus obras todos daban vida a sus sueños, ninguno de ellos soñaba lo
que él.
-He buscado también en
Notre-Dame. Tanto afuera como dentro, todo allí parece hablar de Él, pero por
más que lo busco, no lo encuentro.
-¿Te refieres a Dios? –Recostada
en la hierba de un parque, Arlette conversaba distraída, observando en el aire
cosas que sólo ella veía- Es escurridizo. –Se quedó callada, miró a Pierre- ¿Has
oído hablar del Qomolangma Feng? Es una montaña. Dicen que está en Oriente, más
allá de Jerusalén y de Persia. Pues bien, en esa montaña hay multitud de
templos…en uno de ellos, rodeado de monjes silenciosos, vive Él.
1 comentario:
Volviendo de no sé donde me quedé un día detenido.
Pero espero ponerme al día en adelante que tengo mucha calidade que leer! :)
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