lunes, 9 de diciembre de 2013

Las aventuras del príncipe desencantado (5ª parte)



El jardín cucudrúlico es ajeno al tiempo y al espacio, y las cosas, simplemente, suceden. Aún así, como dinosaurio consciente de que el mundo de los humanos se rige por calendarios con los que fraccionan sus vidas en pequeños trozos, me doy cuenta de que durante Noviembre en el blog ha reinado el silencio.

Hay varios motivos para ellos, pero el principal ha sido un concurso de comics cuyo plazo de presentación terminaba el día 30. Estoy contento con el resultado y ahora sólo queda esperar a que fallen el premio, cosa que harán a mediados de enero.

En principio, sólo me iba a encargar de hacer el guión, puesto que de los dibujos, entendía yo, se ocuparía el amigo que me propuso la participación. Sin embargo, la idea que se me ocurrió inicialmente la descartamos por poco apropiada para el concurso, y la segunda idea (conjunta), entre unas cosas y otras, acabé dibujándola yo. Y dejando de lado el blog.

Esto lo digo, porque el relato que viene a continuación era mi propuesta inicial para el comic. De haberla llevado a cabo, el quinto capítulo de las Aventuras del Príncipe Desencantado hubiese sido dibujada y hubiese participado en un concurso de comics, jeje!



Al igual que los anteriores, es independiente del resto de la "saga".


Un sapo gordo y húmedo, con aspecto de malhablado, se asomó de entre los juncos, y a la luz de la luna comenzó a croar. Al poco, el príncipe Gundar, llegó al jardín. Esperaba encontrar a su amada, la princesa Bernalda, con la que se casaría al amanecer. 

Se recostó sobre un árbol, junto al estanque, y para distraerse mientras Bernalda no llegaba a la cita, imaginó su próxima boda y futuro reinado. Auguraba una bonita celebración y un gobierno tranquilo: apresado, por fin, el malvado Manilán, caudillo invasor, pocas cosas podrían quitarle el sueño. 

Y soñando despierto, se durmió antes de que Bernalda apareciese en el jardín. Roncaba a gusto, con la boca abierta, ajeno a la babilla que le colgaba de los labios y al sapo gordo y húmedo que a botes se le había acercado y lo miraba fijamente desde una piedra. Demasiado fijamente. Como si estuviese tramando algo impropio de un sapo. 

De repente, el sapo brincó y se le coló en la boca, rumbo al esófago y más allá. Cuando Gundar pudo reaccionar ya era tarde. El sapo había llegado al estómago y por más que Gundar trataba de vomitarlo, no lo lograba. 

Entonces, apareció Bernalda, avanzando a saltitos, alegre e ignorando los males que acechaban a su prometido. Gundar se revolvía en el suelo. No podía hablar, se agarraba la barriga. Era incapaz de explicarse qué había pasado y mucho menos de hacerle entender la situación a Bernalda, recién llegada al jardín. 

“Iré a buscar a un médico. Todo irá bien, querido Gundar”, le dijo antes de arrodillarse y besarlo. Terrible remedio. Gundar estalló y una nube de trocitos de príncipe y sangre azul inundó la escena. Cuando se disipó, en el centro de la explosión había un cuerpo en pie, y no era era Gundar. Era el sapo, que ya no era sapo. Era Manilán, al que los hechiceros habían convertido en sapo cuando lo atraparon, y ahora un beso de Bernalda lo liberaba.

Era Manilán, enrabietado, y en casa del enemigo, dispuesto a vengarse de todos.

2 comentarios:

Ángeles dijo...

Está visto que lo de tragar sapos nunca trae nada bueno, y estoy segura de que más adelante lo confirmarás.
Lo que más me gusta de tus cuentos, aparte del sutil sentido del humor que les imprimes, es que son como dibujos (por qué será?), muy visuales. Yo veo hasta los colores.

Mucha suerte con el concurso!

Metalsaurio dijo...

La verdad, mientras lo escribo imigino la escena bastante nítida...no sé si será por eso (supongo que cualquiera escribe ve sus escenas claritas).

En cualquier caso, me alegro de que te causen ese efecto :)