Érase una vez dos manzanas que
colgaban en la punta de una rama. Ambas sanas y fuertes. Llamaremos a una Nidia
y a la otra Nicolasa y, a pesar de su aspecto, muy similar, las distinguiremos fácilmente,
incluso en un primer vistazo, porque Nidia ha caído al suelo y Nicolasa se
mantiene en la rama.
Antes amigas cercanas, Nidia y Nicolasa,
ahora están más distantes. Nidia debe mirar hacia lo alto para ver a Nicolasa. Nicolasa
en cambio mira hacia abajo cuando saluda y sonríe a Nidia. Las dos saben que
han nacido en la misma rama y soportado los mismos vientos y pájaros, y que
sólo el azar ha hecho caer a Nidia, sin embargo, en el corazón de Nidia sus
pepitas se retuercen al contemplar a Nicolasa. Tan en lo alto y sonriente.
Recibiendo más sol y siendo acariciada por la brisa. Ojalá se caiga.
Nicolasa se mantiene en el árbol.
Sigue saludando a Nidia allá abajo, a pesar de que nota que Nidia no le
corresponde. Sus nuevas amigas están más alejadas de lo que antes estaba Nidia,
pero más cerca de lo que ahora la separa de ella. Además, saludan y son agradables.
Nidia por su parte, contempla cómo Nicolasa tiene nuevas amistades y cómo
aguanta en la rama.
Incluso cuando finaliza la época
de las manzanas, Nicolasa resiste. Es la última. Y mientras Nicolasa la saluda,
Nidia desea que caiga, junto con el árbol.
Para seguir pecando, visita las entradas anteriores: Lujuria, pereza , gula e ira
A
Manfredo le gustaría vivir en el edificio más alto de su pueblo y no es así.
Vive en un primer piso. Es obligado decir que, en su pueblo, Poblestrela, la
casa más alta tiene dos pisos y que apenas la torre de la iglesia la supera en
altura. Aún así, por desquite, Manfredo se cuela todas las noches en la iglesia
y sube al campanario. Dedica unos escasos segundos a disfrutar del Poblestrela dormido,
iluminado tenuemente por el alumbrado público o la luna. Pasados los segundos
de contemplación, Manfredo echa mano de su carpeta llena de folios y de su
bolígrafo, dirige la mirada al cielo y comienza a contar estrellas. A cada una
le da un nombre que consiste en una eme mayúscula, de Manfredo, un guion, y un
número de serie. Cuando el cansancio le vence, regresa a casa y archiva las
hojas del día con las demás. Tiene la casa llena de folios, ordenadísimos
todos. Llenos de nombres de estrellas.
Hace
tiempo que Poblestrela sabe de las actividades nocturnas de Manfredo. Lo
achacan a su carácter esquivo e inofensivo. Tienen tan asumido que Manfredo se
cuela todas las noches en la iglesia que nadie se da cuenta cuando deja de
acudir.
Las
habladurías de que algo raro trama Manfredo comienzan cuando alquila un bajo
comercial en la plaza mayor. Continúan cuando lo acondiciona y se convierten en
un mar embravecido en cuanto coloca el cartel del negocio: Venta de estrellas.
Hay
muchas risas en Poblestrela y muchas visitas a la tienda de Manfredo. Sobre
todo, para contarlo después. Alguna venta resulta de los que quieren darle así
limosna y hacer un regalo original. Manfredo asegura además que con la compra
de la estrella se adquiere el derecho de ponerle nombre. Como quien tiene una
mascota y le da nombre.
Cuando
cae la curiosidad por el negocio de venta de estrellas, peligra el medio de
vida de Manfredo, pero está tranquilo. Hasta el momento sólo los compradores se
habían percatado de que las estrellas que compraban desparecían del cielo
nocturno. Ya se lo había advertido Manfredo en el momento de la compra: “La
estrella ahora es tuya, de nadie más”. Y con esto en mente, sintiendo
suyas las estrellas no vendidas, Manfredo coloca un cartel en el escaparate: Liquidación
de existencias.
Con
este cartel no pretendía anunciar una rebaja en el precio sino anunciar que
haría desaparecer las estrellas no vendidas, y, por bloques las va retirando de
la venta y del cielo.
Manfredo
sigue vendiendo poco y sigue borrando estrellas, mientras espera a que alguna
institución astronómica lo llame. Tardan en dar con él, pero finalmente lo
hacen. Para ese momento en el cielo sólo había la mitad de estrellas de las que
debería haber. El instituto astronómico internacional accede al pago millonario
por el rescate de las estrellas y a construirle un edificio de tres pisos. Así
será el hombre más rico del mundo y el que vive en la casa más alta de Poblestrela.
Manfredo es feliz con su nueva casa y sus miles de millones.
En el instituto astronómico internacional también son felices. Tienen a las
estrellas de vuelta y si sus previsiones se cumplen, un diminuto meteorito
caerá en la casa de Manfredo.